Carlos E. Vallejo.
Desde pequeño, observando a mi padre, aprendí a acelerar con la luz naranja.
Ha sido una pauta que me ha acompañado toda mi vida hasta que una mañana, donde el ruido marital por una bobada familiar, me jugó una mala pasada.
-Pero ¿por qué te enfadas por esa tontería?
– No me enfado, constató, que como siempre, no me haces caso cuando te hablo.
Por cierto mira la mesa de centro, la han bajado de precio.
Me enseñó el móvil. Debía mostrar interés o sería un día terrible.
Quite la vista de la calle. Cuando la recupere, ya estaba dentro de la luz naranja del semáforo. No lo dude, acelere el alma y pise el freno como si no hubiese otra vida.
Salió despedida como un misil, atravesó el cristal del parabrisas y se reventó contra con el hormigón, delante de la escuela oficial de idiomas, donde vi la expresión de angustia de una niña que observaba el semáforo en rojo.