Carlos E. Vallejo.
Hace ya algunos años, saliendo con mi padre de las “Mantequerías Olmedo” de la calle Serrano de Madrid, después de hacer pequeñas compras de alimentación durante la mañana de un sábado soleado que yo debería contar con diez primaveras. Recién acabamos de subir por nuestra calle: José Ortega y Gasset y a la altura de un puesto de flores que regentaba un gitano desde hace muchos años, se formó un remolino de gente que cubría a una pareja que se acababa de bajar de un impecable “Mercedes” último modelo.
¡Los príncipes!, gritaba la gente. Ellos con una gran sonrisa, saludaban a los viandantes. Todo era armonía y buenas caras, hasta que un señor de unos sesenta años, se plantó muy serio delante de ellos gritando:
¡ Ni Juan Carlos ni Sofía, no queremos Monarquía!. Se rompió el encanto, los miembros de seguridad rápidamente los trasladaron de nuevo al coche y abandonaron la zona.
Mi padre me cogió fuerte la mano y me dijo:
- Rápido, nos vamos a casa, que puede haber líos.
- Papá, ¿ Qué pasa?, ¿ Quiénes son?.
- Son los príncipes de España, pero como has observado hay mucha gente que nos les quiere.
Este episodio me abrió los ojos desde pequeño, que la Monarquía parlamentaria fue un invento de Franco que no a todos los españoles gustó.
Pasaron los años. Don Juan Carlos fue encumbrado como pieza clave de la transición española y la Monarquía se convirtió en una institución intocable por los medios de comunicación.
Daban igual los chanchullos económicos del Monarca. La labor de su séquito de testaferros liderado por el ya fallecido “Colón de Carvajal”. Todo se callaba y “punto en boca”.
Fue el diario “El mundo” ya hace bastantes años, que en uno de los veraneos con el “Fortuna” apareció una foto del “emérito” en cueros sobre la cubierta del barco. Su publicación en tirada nacional puso punto y final a una protección impuesta que no volverá.
Ahora ya nos es protección, sino ataque voraz y continuo a una institución que mal nos pese, ha servido de árbitro neutral para una estabilidad política de España.
Nunca se había visto nada igual. En plena crisis del “Coronavirus”, los comunistas del gobierno organizan caceroladas en contra de Felipe VI.
Si bien, tienen parte de razón, ya que los negocios turbios de Juan Carlos fueron tapados, no mencionados e incluso siempre se intentó vender la leyenda urbana que D. Juan carecía de dinero y que vivía de las donaciones que los monárquicos le hacían llegar a Lisboa. Años después, se calló este bulo, comprobando que la herencia de D. Juan eras un gran patrimonio dentro de la liga de “millonarios de de este país”.
Esta continua persecución para conseguir la caída de la Monarquía, tuvo una gran oportunidad con el corrupto “Urdangarin”, pero el Rey emérito supo sortear bien la situación que le volvia a salpicar, y consiguió irse de “rositas”.
Pero como muchos otros mortales, “la bragueta” es la que le está poniendo en el paredón. La puta del Rey, «Corinna», fue más que un alivio sexual. Entró en el círculo de negocios y chanchullos del pasado monarca, con unas cuantas transferencias recibidas a su nombre, de procedencia bastante dudosa.
A pesar de que el CNI se personó varias veces para que la princesa callase su boquita, hizo falta que D. Juan Carlos se trasladase en persona a Londres para intentar conseguir que su ex querida permaneciese en silencio, pero esta no lo hizo y empezó a airear las sociedades “Off shore” que el “emérito” tiene en paraísos fiscales.
Felipe VI fue bastante rápido en ir al Notario y renunciar a la herencia de su padre y desvincularse de todas las corruptelas del mismo.
Ha sido tarde. El daño ya está hecho. La familia intocable, ya no lo será nunca más. El actual gobierno liderado por la extrema izquierda está creando una red mediática en contra de la Monarquía, donde todas las semanas atacan la imagen de una institución, donde la Reina Letizia es el principal objetivo de esta campaña para derrocar a la Monarquía.