
Es una deuda moral, una promesa incumplida que tengo con mi novia.
Hace tiempo, le exalte las bondades de las lentejas de mi hermana Yolanda, que realmente ella nos es la creadora de las mismas, sino discípula de una congregación que las elabora.
La verdadera propietaria, creadora de esta receta o manera de realizar las lentejas es Rocío, ecuatoriana oriunda de Guayaquil, que su particular manera de elaborarlas, ha creado escuela y es trasmitida de “boca a olla”.
Mi novia, mi querida, mi prometida hace una curiosa distinción entre el “querer” y el “amar”. Para ella se quiere lo mundano, lo efímero, lo del día a día. El “querer” puede llegar a categoría de amistad, se quiere a un amigo, pero nunca a la categoría familiar o de pareja. Para ella en el noviazgo hay una primera fase del “querer” que se debe ir consolidando hasta el amar. Para ella el amar lo es todo, entrega de cuerpo y alma por alguien. Seguimiento incondicional sin preguntarse el porque.
Se que ella el “amar” lo identifica con personas, pareja o familia, primera sangre. Familia, institución básica de subsistencia y supervivencia del genero humano.
Pero la duda, la pregunta es: ¿se puede amar con la misma intensidad algo que no sea una persona?.
Mucha gente dice que ama su profesión. Pero realmente es un modismo o daría la vida por ella. O hace falta dar la vida por aquello que se ama.
Volviendo a mis lentejas queridas, empezamos con un sofrito de cebolla por un lado y por unas costillas de cerdo cortadas en trozos pequeños que también hemos frito por el otro.
En una cacerola vertemos un vaso de lentejas, el agua correspondiente, el sofrito de cebolla, las costillas de cerdo, unas judías verdes, dos o tres zanahorias y una hoja de laurel. Cocemos todo el contenido a fuego lento, sin ninguna prisa y con agua suficiente.
Al cabo de unos quince minutos aproximadamente, introducimos en la cazuela dos patatas peladas en trozos, una cucharada de café bien cargada con pimentón y un hermoso chorizo.
Volvemos a dejar a hervir nuestras lentejas a fuego lento hasta que comprobemos que están listas para disfrutar de ellas.
Recuerda para quererlas, pero nunca amarlas.