Una madrugada nos unió. Es curioso el destino, por que te conocí y abriste tu puerta. Entré como siempre, de malas maneras, de forma directa, seguro de mi mismo. Quizás la inseguridad inicial, provoca que estas maneras fluyan de mí.
Tú me recibiste obediente, sumisa y poco a poco te fuiste apoderando de mí. De una manera sibilina pasaste del servilismo a la posesión, a la dueña de la situación. Sin darme cuenta te convertiste en la jefa del todo. Ahora tú mandas, yo obedezco.
Llegó el texto. Cuando creía que ya me habías olvidado. Surgió una mañana de la nada. Fue un riesgo ya que hubiese provocado la fonética entre ambos. Pero sabias que no lo haría. Respetó los riesgos y nunca hago nada sin permiso del contrario.
Se pudo haber dado el encuentro, pero todo lo esperado y planificado no te gusta, debes sorprender. Sabías que no te vería a pesar de que estuvimos a escasos kilómetros de distancia.
Ni lo intente, ni lo provoque. Es inútil la unión, cuando una de las partes renuncia a la presencia.
Después llegó la imagen. La dejaste allí. Segura que tarde o temprano abriría la puerta para verla. No te confundiste, pique como un “pichón” el anzuelo de cuajo. Me lo trague entero. Siguiendo el sendero que me marcas. Luego como a un perro obediente, me diste un azucarillo, con la promesa que lo eliminara en 24 horas.
¿A donde nos va a llevar este proceso?
¿Se terminará en el tiempo?
¿Tendrá un final?
No lo sé, pero lo importante es que continúe fluyendo para que llegue a su destino.