El Doctor Pereira tenía 49 años. La vida no le iba nada mal. Casado desde hace 24 años con su mujer Paloma, veraneaban en Benidorm todos los años y sus hijos iban a colegios privados. Era una vida cómoda, aunque sin ningún tipo de lujos. La gran mayoría de compañeros de la carrera habían triunfado y tenían grandes consultorios privados que les daban un status bastante más desahogado.
No era consciente de la auténtica “bomba mediática” que tenía en mis manos ni del peligro que corría.
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