Ontaneda, Santander, Seminario menor de los Legionarios de Cristo.

Mateo no salía de su asombro. Había que pajear al padre para que los dolores desapareciesen. Tomó todo el valor que pudo y agarró el miembro erecto del padre, que empezó agitar violentamente, comprobando como los espasmos iban cediendo. “Ya sé que es muy desagradable, Mateíto, pero continúa, hijo, ya ves el bien que le hace”, le decía el padre Díaz.