La ventana indiscreta

El Blog de Carlos Vallejo

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El Padre Mateo

Ontaneda Santander

“¿Qué es la contemplación? Es el más perfecto estado de unión de amor con Dios que un alma puede alcanzar en esta vida”.

Estas fueron las palabras que le decidieron a Mateo a ingresar en el seminario de los Legionarios de Cristo en la localidad santanderina de Ontaneda.

Corría el año 1950, cuando Mateo, natural de Fontibre, un pequeño pueblo de la provincia, se trasladó a Santander,a casa de sus tíos, debido a las escaseces de la posguerra española. Su padre, viudo con cinco hijos, no tenía manos suficientes para poder alimentarlos a todos. Mateo llevaba dos años en la parroquia del pueblo cuando mientras oraba recibió la llamada de Jesucristo para dedicarse al sacerdocio.

Sabía que el simple comentario a su padre Braulio supondría una buena reprimenda, con lo que decidió decirle que se iba a Santander en busca de trabajo para poder colaborar con la familia.

Cuando llegó a la capital de Cantabria, se puso a trabajar en los muelles como mozo descargando de lunes a domingo las mercancías de los buques que llegaban a puerto, quedándole únicamente libre los jueves por la tarde, lo que aprovechaba para visitar a sus tíos o acercarse a la parroquia San Juan Bautista, en el Paseo General del Ávila.

Mateo se pasaba tardes enteras imbuido en la oración al Altísimo. Una tarde le comentó al padre Roberto que le encantaría visitar el seminario de los Legionarios de Cristo en Ontaneda.

Sus deseos quedaron satisfechos pasadas dos semanas. Mientras rezaba en la parroquia, el Padre Marcial posó su mano en el hombro de Mateo y con una enorme sonrisa le dijo que le siguiera.

Aquella tarde Mateo pudo comprobar que su amor por Cristo iba a ser la guía en su vida.

Un joven sacerdote y 32 adolescentes mexicanos llegaron a Comillas (Santander) el 28 de septiembre de 1946. Eran los primeros miembros de una naciente congregación que traía a España un puñado de novicios (los mayores) y de apostólicos (seminaristas menores) para formarse en la prestigiosa Universidad Pontificia de Comillas. El Padre Marcial Maciel, su fundador, con veintiséis años de edad, había aprovechado inmediatamente la oportunidad que le otorgó un encuentro fortuito con el rector de dicha universidad, el Padre Francisco Javier Baeza.

El fundador deseaba proporcionar a los suyos con una formación intelectual sólida que los capacitara para afrontar los desafíos que la Iglesia encontraría en los tiempos presentes y venideros. Esta elección ofrecía dos ventajas: por un lado, estando en Europa, se encontraban más cerca de Roma y, por tanto, del Santo Padre; y por otro lado, siendo España, el idioma no presentaba dificultad para los muchachos.

Los Legionarios de Cristo estudiaron en Comillas hasta finales de 1950. Cuatro años que significaron una etapa de madurez y crecimiento para la joven congregación. A partir entonces, con la fundación de la casa de Roma quedaron en España solamente los apostólicos; primero, en Cóbreces y, a partir de octubre de 1952, en Ontaneda. La nueva casa de Ontaneda era un antiguo hotel balneario de aguas termales, ya en desuso. Tras un período de alquiler, entre los años 1953 y 1954, la joven congregación la compró: ésta fue su primera propiedad en España.

Ya habían pasado más de 40 años desde que Mateo había decidido convertirse en sacerdote. Llevaba varios días con un agotamiento  crónico. Se levantaba ya cansado y hacía ya muchos años que apenas dormía  un par de horas. La conciencia no le dejaba. Había cambiado el devenir de muchos muchachos. En 1979, por decisión expresa del Padre Marcial Maciel, pasó a dirigir el seminario menor de los Legionarios de Cristo en Ontaneda.

Un seminario menor es un colegio donde chicos con inquietudes vocacionales estudian la ESO y el Bachillerato. Eso sí, se trata de un colegio muy especial donde, en compañía de otros chicos con sus mismas ilusiones, los estudios académicos se complementan con una formación humana, cristiana y espiritual.

Pero desde aquella noche aciaga de 1964, el Padre Mateo, en vez de liberar los demonios que llevaba dentro, decidió colaborar en la enorme farsa que son determinados miembros de los Legionarios de Cristo, con su fundador a la cabeza.

Una vez que le realizó al Padre Marcial las supuestas friegas en la próstata, continuaron las visitas nocturnas al dormitorio del fundador, donde fue violado analmente por Marcial y el Padre González participando en orgías sexuales que desde los 14 años le marcaron de por vida.

Él era un chico humilde, diferente completamente de los perfiles de los seminaristas de la congregación, que procedían de familias adineradas. Pero al cabo del tiempo se dio cuenta de porqué fue admitido sin ningún miramiento: su belleza. Poseía unos enormes ojos verdes, herencia de su pobre madre, y un cuerpo atlético que pronto le sirvió para que el Padre Marcial le apodara como “La maniquí”.

En la primavera de 1992, recibieron en la orden, para la secretaría del colegio, una impresora multifunción que poseía escáner. El Padre Mateo decidió por la noche dedicarse a la ardua labor de ir escaneando todas las páginas de los libros de entrada de los muchachos acumuladas desde que el seminario abrió sus puertas.

Aparte de convertir en PDFs las miles de páginas del registro, creó otro al que llamó BOAZ en honor a un nombre hebreo que siempre le gustó.

BOAZ era su vida, llena de buenas intenciones al principio para más tarde darse cuenta que tan solo fue un elemento más de una farsa para que el Padre Marcial formase la enorme fortuna que ahora regía dentro de un enorme emporio financiero.

Cuántas vidas truncadas, cuántos muchachos desviados, cuánto daño hecho.

Cuando se dio realmente cuenta de la farsa en la que estaba metido, el miedo se apoderó de él. Sería llevado a un penal el resto de sus días. Ya estaba mayor. El trabajo que realizaba le gustaba. Salvo las “Bienvenidas”, que era como el Padre Marcial llamaba a las podridas orgías de adopción que se llevaron a cabo desde 1959 hasta hace apenas unos años en el seminario menor de los Legionarios de Cristo en Ontaneda.

Eran las ocho de la tarde, los niños del ciclo de formación profesional acababan de terminar las clases. El Padre Mateo acaba de terminar la tutoría que tenía todos los martes con los padres de los alumnos más retrasados. Tan solo quedaba cerrar y repasar todas las aulas para irse al comedor a cenar con los seis hermanos que permanecían en el colegio. Ya por la década de los ochenta, aunque el colegio seguía siendo gestionado por la conferencia episcopal, los nuevos modelos de enseñanza requerían de profesores titulados para tales menesteres. Los hermanos eran cada vez más mayores, sin que se pudiesen adaptar a los nuevos tiempos.

El Padre Mateo continuaba dando algunas clases de lengua española cuando las labores de jefe de estudios y de director del centro se lo permitían.

Cenó y se fue a su dormitorio. Desde el portátil que tenía en el pequeño escritorio de su habitación abrió su cuenta de gmail para mandar al Padre Julián un archivo PDF que tan solo decía BOAZ.

Apagó el ordenador. Movió el camastro al centro de la habitación. Del armario que tenían para los hábitos sacó una maleta. La abrió y desplegó tres sogas. Dos de ellas las clavó en las paredes laterales de la habitación y la tercera, en el centro del techo del habitáculo. Se ató las sogas laterales a las muñecas y la central en la cabeza a modo de ahorcamiento. Sacó una navaja con la que se cortó las venas de las muñecas. Permaneció un buen rato con los brazos en cruz mientras la sangre emanaba por los brazos de  su cuerpo. Cuando empezó a sentir los primeros indicios de mareo, se clavó con todas sus fuerzas la navaja en el pecho, lo cual provocó que su cuerpo se desplomase inmediatamente para que la soga del cuello le ahorcara.

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Marcel

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